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Autorretrato de Durero:

Albrecht Dürer (1471-1528)
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Jesús María del Rincón
Artista, Pintor y Retratista
bicubicart@gmail.com

Observando en un libro varios autorretratos que realizó Alberto Durero (Albrecht Dürer, en alemán), el artista más famoso del Renacimiento alemán, me impresionó uno en especial, en el que se asemeja a Cristo. Se me antoja pensar que él estaba obsesionado con su imagen y aunque desconozco cómo funcionan algunas cosas, me encontré sin más hablando mentalmente con el pintor, a la vez que este respondía mis preguntas. Nuestra breve conversación, más o menos, transcurrió así:

Del Rincón: Maestro, hábleme de su vida.

Durero: Nací en 1471 en Núremberg, donde residí casi toda mi vida y allí fallecí a los 56 años. Mi padre, Alberto Durero “El Viejo”, era un inmigrante húngaro, orfebre de profesión y mi primer maestro. Desde muy joven hasta mi muerte pinté, dibujé, hice grabados y escribí sobre teoría artística. También realicé varios viajes, entre ellos dos a Italia y otro a Aquisgrán, donde me recibió el Emperador Carlos I, quien continuó una asignación económica anual que recibía del Emperador anterior, Maximiliano I.

Del Rincón: ¿Influyeron en su obra los viajes a Italia?

Durero: Por supuesto. Tras mi boda con Agnes Rey en 1494, marché por primera vez a Italia, la cuna del Renacimiento. Me fascinaban las proporciones humanas y para ello estudié los textos del arquitecto romano Vitrubio y en especial la ley de la sección dorada. Todo ello me sirvió para incorporar el realismo y la minuciosidad en mi obra. La fama no tardó en llegar. Realicé un gran número de grabados en este periodo, como Apocalipsis, La gran fortuna y Sansón y el león, entre muchos otros. Años más tarde realicé un segundo viaje a Italia para seguir estudiando de cerca sus maestros.

Del Rincón: ¿Por qué realizó tantos autorretratos, alguno de ellos desnudo?

Durero: Puede parecer narcisista, pero fui mi mejor modelo y descubrí la fisonomía con detalle, al no tener que depender de nadie y poder posar y descansar a mi antojo. Todo lo que se necesitaba era un espejo junto al caballete. La desnudez esporádica fue una especie de confesión al mundo. Con 13 años realicé un autorretrato que me satisfizo, aunque en los que más empeño puse fueron uno que pinté en 1498, hoy en El Museo del Prado de Madrid, y otro de 1500 que cuelga en la Antigua Pinacoteca de Múnich.

Del Rincón: De ese último quisiera que me hablase.

Durero: Lo pinté con 27 años, aunque parezco mayor. Mi cabello era largo y rizo, y por culpa de mis guedejas sufrí alguna burla de los venecianos. Mi rostro –pintado minuciosamente sobre un fondo oscuro– se ve serio pero sereno. La idea era crear un cuadro dramático con una técnica hiperrealista.

Del Rincón: En su obra se mezclan lo alemán, lo flamenco y lo italiano. ¿No es así?

Durero: Es innegable la influencia de todos estos elementos y algunos más, pues al cabo somos producto de nuestro tiempo. No obstante, con la madurez, cada artista crea su propio paradigma.

Para despedirme, en vez de estrechar manos, le di las gracias en amarillo y me devolvió una cortés sonrisa azul turquesa; fue un intercambio cromático y una extravagancia entre artistas.

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