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Morir de amor… o de una otitis: Oscar Wilde (1854-1900)

Félix J. Fojo, MD

Félix J. Fojo, MD
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En la mañana del 10 de octubre de 1900, el profesor de otorrinolaringología Maurice A’Court Tucker operaba en la habitación de un hotel de París al paciente Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde, nacido 46 años antes en Dublin, Irlanda. La cirugía practicada fue una mastoidectomía radical bajo anestesia clorofórmica para drenar un absceso, secuela de una otitis crónica adquirida unos años antes mientras se encontraba en prisión.

La evolución fue relativamente buena durante las primeras semanas, pero después presentó dolor cada vez más intenso, fiebre alta y trastornos neurológicos propios de una recidiva de la infección, complicada con una meningoencefalitis bacteriana aguda. Expiró, ya inconsciente, el 30 de noviembre del mismo año, menos de dos meses después de la intervención.

Al fallecido, mundialmente conocido como Oscar Wilde, le había ido más o menos bien en la vida hasta seis años antes, en que el amor lo llevó a la desgracia.

Oscar Wilde, 1882; Foto por Napoleon Sarony,  Library of Congress ID cph.3g07095

Oscar Wilde, 1882; Foto por Napoleon Sarony, Library of Congress ID cph.3g07095

Veamos: su padre era un famoso y adinerado – ironías del destino– otorrinolaringólogo y su madre, una reconocida novelista. En su juventud estudió a los clásicos griegos y latinos, lo que le dio una amplia cultura y un lenguaje refinado y preciso. Tuvo un romance juvenil con la bellísima Florence Balcombe, que terminó abruptamente cuando ella abandonó a Oscar por Bram Stoker, el autor de Drácula. Poco después, conoció a la refinada e ingenua Constance Lloyd, con quien se casó y tuvo dos hijos. La residencia victoriana en la que vivieron en Chelsea aún es hoy sitio de peregrinación turístico.

Sin penurias económicas y con un hogar aparentemente seguro y feliz, Wilde se convirtió en el afamado autor de El retrato de Dorian Grey, La importancia de llamarse Ernesto, Un marido ideal y otros éxitos que han perdurado hasta hoy.

Todo marchó bien… hasta que conoció a Bosie o Lord Alfred Douglas, un joven aristócrata e hijo mimado del Marqués de Queensberry. Oscar perdió la cabeza por él y empezó a cometer errores, el más grave fue dejarse manipular por Bosie para acusar al marqués de calumniador por haberle gritado a la cara “ostentoso sodomita”. El mismo Oscar se metió de lleno en los tribunales, donde se defendió apelando a la “amoralidad” del arte, lo que lo hundió aún más, convirtiéndolo en motivo de escarnio y burla.

Fue condenado a dos años de prisión en la tenebrosa cárcel de Reading, un verdadero infierno para él. Bosie, como era de esperar, lo abandonó por otros. Su mujer también lo dejó, cambió su nombre y le retiró la patria potestad de los hijos. En uno de sus ensayos, Oscar había escrito: “A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante”. Quizás algo así le ocurrió cuando conoció a Bosie. Clínicamente, murió de una infección ótica complicada, pero… es posible que muriera de amor.