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Julio Romero de Torres:
Pintó a la mujer morena
–¿Se siente usted bien? –pregunté al caballero que estaba a mi lado en el bar y que presentaba una palidez cerúlea en su rostro.
–Es la cirrosis que me está matando –contestó, mientras sostenía una copa de “Fino La Ina” en su diestra.
Del Rincón: Usted me recuerda a uno de mis ídolos, el pintor español Julio Romero de Torres, fallecido el 10 de mayo de 1930.
Romero: Pues está usted frente a él, aunque bastante desmejorado.
Del Rincón: Disculpe, pero me deja perplejo, ¿si ya murió, ¿qué hace aquí? En fin…, qué placer conocer a un maestro que fue profeta en su tierra, Córdoba.
Romero: Si se refiere a que cuando fallecí a los 55 años las banderas estaban a media asta en mi ciudad, las campanas repicando y los pendones negros colgando de los balcones, pues sí, fui profeta en Córdoba. El sentir popular fue de absoluto duelo y mi féretro fue llevado a hombros por los obreros cordobeses. Hasta un pasodoble me hicieron.
Del Rincón: ¿Qué me dice de su padre y hermano?
Romero: Fueron ambos mejores pintores que yo. Mi padre, mi maestro, fue Director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, y mi hermano, excelente artista, falleció joven.
Del Rincón: Cuénteme de sus premios y viajes.
Romero: Ya a los 14 años recibí mi primera medalla, y a este premio le sucedieron muchísimos más. Viajé a Marruecos y Tánger, y más tarde a París, Londres y los Países Bajos, ¡ah! y en América, a Argentina. Qué inolvidables recuerdos de Buenos Aires.
Del Rincón: ¿Cuál de sus modelos fue la favorita?
Romero: Modelos tuve muchas, algunas de ellas prostitutas, pero en el ocaso de mi carrera llegó a mi vida un ángel de 14 añitos, hija de mis vecinos, quien me devolvió la ilusión de pintar. Se llamaba María Teresa López, y fue con 16 años La chiquita piconera y protagonista de varias de mis obras últimas.
Del Rincón: Pintó infinidad de retratos, ¿cierto?
Romero: Desde que Valle Inclán y los hermanos Machado se hicieran valedores de mi arte, primero la visita de la Reina María Cristina a mi estudio de Madrid y, luego, la de Alfonso XIII a mi estudio de la Plaza del Potro de Córdoba, catapultaron mi fama.
Del Rincón: ¿Su obra favorita?
Romero: Sin duda La chiquita piconera, aunque Cante jondo y El retablo del amor me fascinaban.
Del Rincón: Me contó Rafaela Espejo, la enfermera de su hija, que cuando usted estaba muriendo, sus últimas palabras fueron: «Quitadme esa luz tan cruda. Me hace daño. Además, estropea la que llega del jardín, tan suave».
Romero: Lo que le dijo es cierto, quería que la luz del cielo de Córdoba me arrobase en mi hora final.