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ARTE

El milagro de los Santos Cosme y Damián: Un transplante en el siglo XIII

En una de mis múltiples visitas al Museo del Prado en Madrid, me detuve a contemplar nuevamente una pintura realizada el siglo XVI por uno de mis antepasados, Fernando del Rincón, pintor de corte de los Reyes Católicos. El tema trata de un transplante, conocido como “El milagro de los Santos Cosme y Damián”.


Jesús María del Rincón

Jesús María del Rincón
Artista, Pintor y retratista

Nacidos en Egea (Cilicia) en el siglo III d.C., los hermanos gemelos Cosme y Damián, fueron doctores humanitarios que ejercían su profesión gratuitamente y gozaban de gran popularidad.

Practicantes del cristianismo, fueron encarcelados por este hecho y cruelmente torturados, quemados y asaeteados durante el mandato de Diocleciano, último de los diez emperadores romanos que persiguieron a los cristianos. Sin embargo, según cuenta la tradición, sobrevivieron todas las torturas por intervención divina, hasta que finalmente fueron decapitados a espada y sepultados en Ciro (Siria) hacia el año 300 d.C.

Siglos más tarde, y debido a su tradición milagrosa, fueron nombrados santos patronos de los médicos por el Papa Félix (526-530), y se erigieron templos y basílicas en su honor. Su fiesta se celebra en el santoral actual el 26 de septiembre.

“El milagro de San Cosme y San Damián”, Fernando del Rincón, Museo del Prado.

“El milagro de San Cosme y San Damián”, Fernando del Rincón, Museo del Prado.

La espada utilizada para la decapitación de estos mártires cristianos se encuentra hoy día en la Catedral de Essen en Alemania y, durante siglos, ha sido tan venerada que este símbolo acabó formando parte del escudo de la ciudad.

En cuanto al milagro que se les atribuye, Jacques de Vorágine (siglo XIII), en su obra Leyenda áurea de la vida de los Santos, nos narra que en ese mismo siglo, en la ciudad de París, un presbítero en cuya iglesia se veneraba a San Cosme y a San Damián, desarrolló un tumor en una pierna que le causaba un dolor terrible. Apiadándose los santos del enfermo, se dice que una noche le sustituyeron la pierna enferma por la del cadáver de un etíope, fallecido el día anterior.

Como colofón, mencionaré una anécdota que me fue relatada por un guía del Museo el Prado. Durante la visita de un grupo de estudiantes estadounidenses, el mencionado guía les narró la historia del presbítero enfermo y del etíope a cuyo cadáver se le extrajo una pierna. Entre los estudiantes, se encontraba una afroamericana que, al no entender claramente la leyenda, y pensando que se trataba de un acto racista en vez de un portento milagroso, emprendió a golpes con su paraguas, dañando ligeramente el marco de la pintura aunque afortunadamente no tocó la obra.

Cuesta trabajo pensar que un acto tan impredecible haya tenido cabida en una historia médico-mística tan extraordinaria.