Paul Dudley White:Cardiólogo y maestro
Sin Paul D. White (Massachusetts, 1886-1973) no se puede narrar la historia de la Cardiología moderna. A los diez años de edad conducía la carreta que llevaba a su padre, médico de familia, a visitar sus pacientes en la campiña de Massachusetts. A los 17 entraba en la escuela pre-médica de Harvard. A los 25 ya se había graduado con honores y pasaba a formar parte del staff médico del Hospital General de Massachusetts (Escuela Médica de Harvard) al que permanecería unido de diversas formas durante toda su vida.Se interesó inicialmente por la Pediatría y la coagulación de la sangre y el primer trabajo científico que escribió, en colaboración con su maestro Roger Lee, se convirtió en la técnica de Lee-White o tiempo de coagulación. Entonces ocurrieron tres cosas que marcaron su vida para siempre: hizo una pasantía en Londres con el pionero de la Fisiología Cardiaca, el profesor Thomas Lewis y pasó por el dolor de perder a su hermana menor de fiebre reumática y a su padre de un infarto del miocardio.Cuando regresó de servir con el Cuerpo Expedicionario Norteamericano en la Primera Guerra Mundial ya había decidido ser cardiólogo investigador y maestro.
Todas las páginas de esta revista no alcanzarían para mencionar las obras publicadas por White, las organizaciones nacionales e internacionales que ayudó a fundar y los honores que recibió en vida. Baste señalar que fue, en 1924, uno de los creadores de la American Heart Association, y que con la ayuda del Presidente Truman fundó, en 1948, el National Heart Institute. Fue el motor detrás de la descripción del síndrome de Wolff-Parkinson-White y el iniciador de la Cardiología Preventiva. Pocos saben, cuando nos referimos al Estudio de Framingham, aún en curso, que White fue uno de sus creadores. Su libro de texto Heart Disease, ha estado a la mano de miles y miles de profesionales, incluyendo al autor de estas líneas.
Su cercanía a la Casa Blanca como cardiólogo y amigo personal de varios presidentes de los Estados Unidos le permitió desarrollar una faceta quizás menos conocida, la de embajador extraoficial a diferentes países amigos y no tan amigos de los Estados Unidos, en un período muy álgido de la Guerra Fría: la Unión Soviética, China, Cuba y varios más. Y en estas funciones de embajador de las ciencias orteamericanas fué que quien esto escribe conoció fugazmente a Paul D. White. Con veintitantos años de edad e interno en el Departamento de Cirugía de una institución cubana, me tocó presentarle un paciente recién operado de una estenosis mitral apretada. Con mucho orgullo y miedo escénico le señalé que el enfermo ya no presentaba la fibrilación auricular que había padecido hasta justo antes de la intervención.
White, un anciano blanco en canas y vestido con chaleco, saco y pajarita, me puso, desde la altura de sus casi dos metros de estatura, la enorme mano en el hombro y, con un gesto casi de excusas, me dijo: “Doctor, espere un tiempo y verá que vuelve”. Menos de una hora después, el enfermo presentaba de nuevo su fibrilación auricular; el que esto cuenta había recibido una lección de pragmatismo científico y también de modestia, que no olvidará mientras viva.