Torre de marfil
Enfermeras y enfermeros
Una breve historia
Lo hemos sabido desde siempre, lo hemos sentido todo el tiempo, pero necesitábamos un golpe como el de esta pandemia de Covid-19 que nos azota para que se hiciera evidente, obvio, y que pudiéramos expresarlo abiertamente, sin temor a equivocarnos: sin las enfermeras y enfermeros no seríamos nada, absolutamente nada.
Apolo, dios del Sol y de la salud, y su hijo Esculapio, sanador y médico por excelencia, tenían ayudantes mortales que socorrían a otros humanos; ellos fueron los primeros enfermeros. Epígona, la que reconforta, mujer de Esculapio, fue la primera enfermera que conocemos por su nombre. Pero esta familia de dioses y semidioses era muy pródiga. Tuvieron cinco hijas: Higea, diosa de la salud, Panacea, restauradora de la salud y diosa de las hierbas que lo curan todo, Aegle, diosa de la luz del sol, Meditrina, conservadora de la fuerza y la salud, e Iaso, que personificaba la recuperación de la enfermedad. Bien mirado, todas eran enfermeras, pero por alguna razón Meditrina ha quedado como la diosa de la enfermería.
Los hospitales militares romanos, denominados valetudinarias, contaban con ayudantes médicos llamados nosocomis. Esos fueron los primeros enfermeros reconocidos como tales. Los parabolinis fueron un poco más allá: eran los que se ponían directamente en contacto con los pacientes altamente infecciosos. El cristianismo trajo un concepto nuevo: “No ser cuidado sino cuidar”. Febe (60 d. C.) es la primera diaconisa reconocida como tal y, por tanto, la primera enfermera titulada. Fabiola, mujer romana piadosa y de gran fortuna, fundó el primer hospital, le llamó nosocomiun, y fue su enfermera jefa. Fabiola también diferenció claramente entre pobres y enfermos, algo que no se entendía bien entonces. Santa Fabiola, Santa Paula y Santa Maricela fueron las primeras enfermeras elevadas a los altares.
San Benito, ya en la alta Edad Media, fundó los primeros monasterios hospitales donde los monjes (benedictinos) eran los enfermeros. El Hotel Dieu de París (650 d. C.) fue el primer hospital que contó con enfermeras licenciadas, que fueron las monjas Agustinas, conocidas como hermanas enfermeras. La alemana Hildegarda de Bingen (siglo XII) fue, cosa curiosa, médico y enfermera al mismo tiempo. Los caballeros hospitalarios del siglo XIII crearon el concepto de ambulancia para recoger y transportar a lugar seguro a heridos y enfermos. La Cruz Roja actual los reconoce como su fuente inspiradora. San Juan de Dios y San Camilo de Lellis, dos caballeros enfermeros, son santos patrones de la Cruz Roja.
La cofia de las enfermeras actuales tiene una historia muy interesante que rebasa el espacio con que contamos aquí, pero diremos que La Cruz de Malta es su origen. Y, abreviando mucho, llegamos a las instituciones y figuras que han constituido el referente directo de la enfermería tal y como la conocemos actualmente: El Instituto de Diaconisas de Kaiserwerth (1836), la inglesa Florence Nightingale (1820-1910), primera enfermera militar y creadora, entre otras muchas cosas, del concepto de pabellones hospitalarios y de la primera escuela de enfermería en el St. Thomas’ Hospital en 1860, las tambiéns británica Betsi Cadwaladr (1789-1860) y Cicely Saounders (1918-2005), la jamaicana Mary Jane Seacole (1805-1881), la norteamericana Mary Eliza Mahoney (1845-1916), la suiza Claire Bertschinger (1953), la norteamericana Clara Barton (1821-1912), la rusa Irene Sendler (1910-2008), el gran poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1992), y miles y miles más, entre los que debemos contar, y exaltar con orgullo, a quienes han luchado y luchan sin descanso por salvar vidas y restituirlas a la salud en el curso de esta brutal pandemia de Covid-19.
Terminemos con ese adagio popular anónimo que dice: “Si salvas una vida eres un héroe, si salvas cien eres una enfermera/o”.