Preocupación, estrés y ansiedad
Pocas veces en la historia tantos habitantes de todo el mundo han compartido sentimientos negativos similares durante semanas y meses. Millones y millones de personas en todos los países han estado o están en cuarentena, en confinamiento casero, pensando en sus familiares con los que a veces pueden hablar, pero a los que no pueden visitar y temiendo perder sus empleos y enfermarse, y hasta morir en soledad a causa de una condición de la que hasta hace unos pocos meses no habían oído hablar nunca.
Y todos esos avatares nos han traído una especie de pandemia paralela que pudiera ser casi tan peligrosa como el COVID-19: la asociación de una gran y sostenida preocupación, el correspondiente estrés que se hace crónico y una de sus secuelas más comunes y dañinas, la ansiedad. Veamos esta negativa cadena por partes.
¿Qué es la preocupación?
Llamamos preocupación a lo que sucede cuando la mente queda atrapada por resultados inciertos, temores probablemente imaginarios (o no), pensamientos negativos y fijación con las mil y una cosas que pudieran ir mal. La preocupación, por tanto, es el elemento cognitivo de la ansiedad. La preocupación, si no pasa a mayores, ocurre solo en la mente, no en el fisiologismo orgánico. El lado positivo de la preocupación es el intento de resolución de problemas y la subsiguiente actuación, si es que esta ocurre. Si la preocupación no lleva al cambio, se convierte en obsesión. Y la obsesión nos lleva indefectiblemente al estrés.
¿Qué es el estrés?
El estrés, siendo un poco simples, es la respuesta fisiológica compleja relacionada generalmente con uno o varios acontecimientos externos. Para que se desate el estrés debe haber un factor (o varios) estresante. Se define como una reacción fisiopatológica a cambios en el entorno o fuerzas que superan los recursos psicológicos defensivos de una persona. Es un mecanismo de alerta y defensa que, al crecer y mantenerse, comienza a dañar el organismo. Se desencadena en el sistema límbico e incrementa los niveles de adrenalina y cortisol circulantes. Se manifiesta al principio, entre otras cosas, por un ritmo cardiaco acelerado, manos sudorosas y respiración rápida poco profunda (pródromos de la ansiedad). El estrés agudo puede tener algunos efectos positivos, pero el crónico comienza a desencadenar complicaciones orgánicas (problemas digestivos, debilitamiento del sistema inmunitario, condiciones cutáneas crónicas, enfermedades cardiovasculares, pérdida de concentración de moderada a severa, farmacoadicciones, etc.) que pueden llegar a ser muy serias. El estrés se manifiesta hacia afuera por la ansiedad, un estado que quien lo padece trata de reprimir pero que llega a hacerse evidente.
¿Qué es la ansiedad?
Si el estrés y la preocupación son los síntomas, la ansiedad es la culminación de estos. La ansiedad tiene un elemento cognitivo (la preocupación) y una respuesta fisiológica (el estrés), lo que significa que experimentamos la ansiedad tanto en nuestra mente como en nuestro cuerpo. Quede claro que hay una diferencia entre sentirse ansioso en algún momento, un hecho fisiológico, y padecer un trastorno de ansiedad, que es un hecho patológico. El trastorno de ansiedad, por tanto, es una enfermedad tanto mental como orgánica.
Y no olvidemos que, a estos tres elementos, tan comunes en tiempos como estos, muchas veces se les pasa por alto o se les da poca importancia. Craso error.