Síndrome de sordera inducida
Hipoacusia ocupacional
Si preguntamos a un grupo de personas –profesionales de la medicina incluidos– cuál es la patología sin lesiones corporales visibles más frecuente en los soldados norteamericanos que han hecho una o más rondas de combate en las guerras de Irak o Afganistán, la respuesta más común y la que parece más obvia será que es el trastorno de estrés postraumático (post traumatic stress disorder o PTSD). Sin embargo, esta afirmación constituye un error.
Aunque el PTSD ocupa el segundo lugar de la lista y es en verdad muy común, el primer lugar en incidencia lo ocupa una dolencia casi invisible y tomada muy poco en cuenta por los que no la padecen: se trata de la pérdida de audición y el tinnitus. En 2017, por ejemplo, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos estimó que alrededor de la quinta parte de los veteranos de Irak y Afganistán padecían trastornos serios del oído que incluyen el tinnitus. Y el problema se eleva aún más en los integrantes de ciertas especialidades militares como los artilleros, los artificieros, los observadores sobre el terreno y el personal de cubierta de los portaviones de la armada.
Pero la sordera inducida o hipoacusia ocupacional no es solo un problema militar. La polución sónica es común en los trabajadores de mantenimiento terrestre de aeronaves, en los que laboran en las pistas de aterrizaje o muy cerca de ellas, y en algunos obreros de la construcción o de la agricultura que están constantemente próximas a grandes maquinarias o que se exponen al ruido de explosiones industriales. Y, sobre todo, y este es un problema creciente desde mediados del siglo XX, en los que se exponen a la música de muy altos decibelios, que son habitualmente –pero no siempre– los más jóvenes.
Se ha calculado que los ruidos en un rango de y por encima de 80 decibelios, sobre todo si son prolongados, ya pueden causar daño agudo o crónico al sistema auditivo. La turbina de un jet funcionando a plena capacidad a 30 metros de distancia produce unos 130 decibelios y en determinados conciertos de heavy metal (rock duro) pueden alcanzarse cifras semejantes por tiempo prolongado, o en forma esporádica aún más altas. Algunos expertos señalan que si el ruido obliga a gritar para que otra persona nos oiga, ya estamos en los 80 decibelios o algo más. Si es imposible escuchar una voz, entonces se han pasado los 100 decibelios.
La fisiopatología de la sordera inducida se explica por el daño o lesión permanente a los vellos o neuronas de la cóclea que envían señales eléctricas al cerebro. A más desgaste del sistema velloso coclear, menos sonidos serán captados del medio y reenviados al cerebro. La tomografía de coherencia óptica (OCT), introducida en la década de 1990 y perfeccionada en la última década, ha significado un paso de avance en la comprensión del proceso de la lesión coclear.
El tinnitus, un síntoma que suele unirse al cuadro del síndrome de pérdida de audición, es también muy común. Se define como la sensación de escuchar un sonido externo cuando en realidad no hay ninguno. Los pacientes lo representan de muchas maneras: timbres (ringing), zumbidos (buzzing), chasquidos (clicking), siseos, campanillas, pitos, rugidos (roaring) y muchos otros. El tinnitus crónico, que puede ocasionar depresiones y otros problemas psicológicos más graves, no puede ser resuelto si no se trata adecuadamente la hipoacusia.
El tratamiento de la hipoacusia, una vez establecida, es complejo y corresponde a los especialistas en esta materia. Pero si hay una patología que se beneficia de la prevención en todas sus formas, es esta.