Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682):
Adalid del Barroco español
Estando de visita en el Museo del Prado, mientras admiraba El buen pastor, pintura realizada por el máximo exponente del Barroco español, Bartolomé Esteban Murillo, mi mente se trasladó a la Sevilla del siglo XVII, cuando esta ciudad se jactaba de ser la urbe más importante de España. Abstraído frente al cuadro, noté una presencia detrás de mí, y al girar el rostro, reconocí a mi lado al mismísimo Murillo, al cual había visto en su autorretrato. -¿Qué le parece mi pintura?- me preguntó. -Pues hombre, su obra es fascinante, equilibrada y delicada; inspira los más nobles sentimientos. – Le contesté, y añadí: -Usted fue el pintor español más conocido fuera de España en su época. ¿Le importaría contarme algunos datos de su vida?
Murillo: Nací en Sevilla en 1617, en el seno de una familia acomodada. Mi padre era cirujano-barbero y éramos 14 hermanos. Al fallecer mis padres, siendo un infante, pasé al cuidado de mi hermana Ana. Salvo un par de viajes a Madrid y alguno por Andalucía, pasé toda mi vida en Sevilla.
Del Rincón: ¿Cómo fue el principio de su carrera? Murillo: Comencé en el taller de Juan del Castillo por 5 años. Su influencia la puede apreciar en la Virgen del Rosario con Santo Domingo. En el claustro de San Francisco, se aprecia en mis óleos el claroscuro de Zurbarán y Ribera, y más tarde Van Dick, Tiziano y Rubens fueron mis referentes. Con Velázquez, conocí la pintura flamenca y veneciana, las cuales sin duda marcaron mi modo de expresión.
Del Rincón: ¿Tuvo descendencia? Murillo: En 1645, contraje nupcias con Beatriz Cabrera y Villalobos, sevillana de 22 años, y en los 18 años de matrimonio tuvimos 9 hijos, cuatro de los cuales perdí por la peste en 1649, cuando la mitad de la población de Sevilla perdió la vida. En 1663, quedé viudo a consecuencia del último parto de mi esposa.
Del Rincón: Dicen que usted fue el fundador de la Academia de Dibujo de Sevilla. Murillo: Sí, en 1660 fundé la Academia junto con Francisco de Herrera el Mozo. Allí se reunían aprendices y artistas, para estudiar y dibujar.
Del Rincón: ¿Es cierto que tuvo muchos encargos a lo largo de su carrera? Murillo: En 1645 recibí mi primer encargo grande: ¡Trece lienzos para el Convento de San Francisco en Sevilla! Los pedidos continuaron y destacó el enorme lienzo de la Inmaculada Concepción para la iglesia de los Franciscanos. Disfruté de una próspera economía con estos ingresos y las rentas de mis propiedades y las de mi mujer. En el taller, tenía tres aprendices, y una esclava hacía las tareas del hogar.
Del Rincón: ¿En qué circunstancias falleció? Murillo: Mis últimos encargos fueron unas pinturas del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz. Allí sufrí una caída del andamio, a consecuencia de la cual fallecí unos meses después, de manera repentina, sin poder acabar de dictar mi testamento. Era 1682.
Súbitamente apareció en la sala del museo un grupo de turistas japoneses liderados por un guía, también nipón que, por su gesto, pareció sorprenderse al verme hablando solo.