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TORRE DE MARFIL

Cuando los reyes curaban con las manos

Félix Fojo, MD

Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana

ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

El 30 de enero de 1649 amaneció en Londres, la capital inglesa, un día gris, encapotado y muy frío. No obstante, en la explanada del castillo de Whitehall, junto al Támesis, se agolpaba una compacta y abigarrada multitud. Estaban allí para presenciar y dar fe de la ejecución, por decapitación, de Carlos I, el hombre de 48 años de edad que hasta muy poco antes había sido Rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda.

Pero además de asistir esa mañana al poco común espectáculo de ver ajusticiar a un rey, muchas de aquellas personas buscaban otra cosa: buscaban un milagro. Se creía, o se quería creer, que los monarcas, sobre todo los de Inglaterra y Francia, tenían el poder, dado por el mismo derecho divino que los había hecho reyes, de sanar, mediante el milagroso “toque real”, ciertas enfermedades artríticas, las pústulas, las convulsiones, algunos males en los ojos, la tartamudez y, sobre todo, la escrófula tuberculosa, tan común en aquellos tiempos.

No sabemos si Carlos I, en sus últimos momentos de vida, llegó a practicar en alguno de aquellos enfermos este ritual, pero el solo hecho de estar allí de cuerpo presente y de ver su sangre correr, tenía, o casi todos creían que tenía, un efecto curativo para muchos de ellos.

Esta creencia, muy arraigada entonces, merece una explicación. El ritual de imposición de manos, unción regia o toque del rey comienza a utilizarse en lo más profundo de la edad media. Las primeras menciones orales del ritual comienzan con el Rey franco Clodoveo I (Clovis; 481-511 d. C.) y las primeras crónicas escritas se refieren a los monarcas ingleses Eduardo el Confesor (1042-1066) y Enrique I (1100-1135) o a los franceses Roberto II (987-1031) y Felipe I (1059-1108). Mucho más conocidos y estudiados fueron los casos del Rey Luis IX de Francia, que ha pasado a la historia como San Luis (1226-1270) y de Eduardo I de Inglaterra (1272-1307), cuyos registros financieros han demostrado el empleo de recursos de la Corona para dar el óbolo de un penique a cada enfermo tratado por la imposición de manos.
La imposición de manos se llevaba a cabo en ciertos días señalados, sobre todo en la fiesta de San Miguel Arcángel y la Pascua, pero se hacían excepciones, habitualmente en caso de conmociones sociales o epidemias. También era usual que aquellos reyes, al momento de subir al trono, ordenaran una ceremonia importante de imposición de manos, lo que enriquecía, de cara al público, la supuesta legitimidad de su linaje.

Se practicaban dos tipos de ceremonias de toque real o imposición de manos: una corta, en la que el Rey solamente tocaba la cabeza o la cara del enfermo al tiempo que rezaba una breve oración, y un ritual mucho más complicado y largo, propio de las fiestas importantes, en la que el monarca escuchaba misa, rezaba de rodillas junto a los enfermos, llevaba a cabo la imposición de manos a cada uno de los presentes, daba consejos y luego regalaba a estos una moneda de un penique o una medalla de oro denominada touch piece, que debía permanecer colgada al cuello de los beneficiarios por el resto de su vida, so pena de que la enfermedad que se suponía curada regresara con más fuerza. Isabel I de Inglaterra, hija de Enrique VIII, una reina protestante, no creía en la efectividad de esta ceremonia, pero la practicaba para demostrar que, a pesar de su cruenta pelea con el Papa de Roma, mantenía los atributos de la realeza entregada por Dios. Jacobo I, protestante acérrimo, también imponía sus manos con frecuencia.

Durante siglos existió la creencia de que la mano del Rey San Luis, conservada como reliquia en el monasterio real de Santa María de Poblet, curaba la escrofulosis. Con el tiempo, ya en los finales del siglo XVIII y principios del XIX, la ceremonia fue declinando y los reyes, enfrentados a críticas y burlas, la fueron abandonando poco a poco. La última imposición de manos conocida fue realizada por el francés Carlos X en su coronación, llevada a cabo en mayo del año 1825.

NOTA: recomiendo, acerca de este tema, la lectura del interesantísimo libro Los reyes taumaturgos, del medievalista francés Marc Bloch.