TURISMO: RECETA DE VIAJE
Después de bajar las maletas:
Después de bajar las maletas, abrí esa gaveta que solemos tener con lo que no usamos a diario, pero que siempre va en las maletas. Fue como si llegara el día de Navidad: ¡Qué recuerdos! Cada pañuelo, cada abrigo me recuerda algún lugar especial; y entre esos tesoros tan personales, encontré un pañuelo que me regaló mi amiga Shanti cuando nos invitó a su casa en Nueva Delhi a celebrar el “Festival de las Luces”, conocida por ellos como “Diwali”.
Diwali se celebra el día 15 del mes hindú Kartik, que está entre los meses de octubre y noviembre de nuestro calendario romano. La noche de la Luna nueva llamada “Amavasaya” en 2020 fue el 14 de noviembre y el año que viene –por si quieren empezar a soñar– será el 24 de octubre.
Durante estos cinco días de fiestas se le llevan ofrendas a la diosa Lakshmi, la diosa de la prosperidad y de la riqueza, adorada tanto por los hindúes, los sikhs y los jains. Esta fiesta coincide en muchas partes del mundo con la vendimia, con la celebración de un nuevo año y con el triunfo del bien sobre el mal, el de la luz después de las tinieblas, y es celebrada en todos los hogares de descendencia hindú, sikh y jain alrededor del mundo.
Pero volviendo a esa especial experiencia vivida, fueron cinco días de visitas a templos, de ayuda comunitaria, de fuegos artificiales y de unas comidas maravillosas, servidas en unas mesas llenas de flores con mucho color y velas, entre Samosas, Bhaji o Pakore (papas, coliflor, zanahorias y guisantes) estofados en una salsa de curry servido con Naan (pan), guisos de lentejas variadas y distintos dulces, entre ellos Idle o galletas de arroz. Descubrí una cocina llena de colores y sabores, con especies exóticas y tan comunes como las que utilizamos en casa, que nunca faltan para confeccionar esos platos tan tradicionales y típicos de nuestra cocina criolla, especialmente en Navidad.
Disfrutamos y compartimos entre amigos y familiares y aprendimos a ver lo bonito y los colores de las cosas. Cuando íbamos a los mercados, con nuestro guía Arora, él nos enseñó a ver los colores de los vegetales y de las frutas en los mercados, y a apreciar el orgullo con el que arreglaban sus estaciones y a admirar los saris de las mujeres. Aprendí a ver a la altura de mis ojos y a admirar la naturaleza, a no mirar para abajo para ver lo negro del asfalto ni la suciedad de la calle, caminé junto a una vaca –el animal sagrado– por la calle y compartí con ella las flores que me había regalado el verdulero de la esquina.
Fue una experiencia inolvidable, una enseñanza de vida única, una filosofía de ver siempre lo bueno y lo hermoso de todo lo que nos rodea; en fin, fue una preparación espiritual especial, sin saberlo, para sobrellevar estos años de pandemia y de separación.