La torre de marfil
Egon Schiele y el H1N1
Según los italianos del siglo XVI, la influencia negativa de los astros podía producir enfermedades, y entre ellas, una muy severa y de rápida aparición a la que bautizaron como “influenza”. Aunque la influenza se presentaba más o menos atenuada en casi todos los inviernos, ocurrían brotes de mucha mayor gravedad varias veces en cada siglo.
Pero entre 1918 y 1919 se presentó inesperadamente una epidemia –hoy sabemos que producida por un ortomixovirus tipo A H1N1– que rompió todos los records históricos de mortalidad, incluyendo el de la devastadora “Peste Negra” del siglo XIV.
Fue llamada “La Gripe Española”, no porque comenzara en España (los primeros casos reportados aparecieron en una base militar norteamericana en el estado de Kansas) sino porque los españoles, que no eran combatientes en la Primera Guerra Mundial, no practicaban la censura de prensa, lo que permitió que allí se hiciera pública la crisis sanitaria, ganándose así el dudoso honor de que semejante flagelo fuera ya conocido para siempre por su nombre patrio.
Se calcula que la mortalidad de la Gripe Española osciló entre un 2 y un 20% de todos los casos, –el flu estacional tiene una mortalidad de aproximadamente el 0.1%–, lo que explica la desaparición de poblados completos (en Alaska ocurrió así en varias pequeñas poblaciones) y que la cifra total de fallecidos en todo el mundo llegara a más de 50 millones de personas. Una catástrofe de aterradora magnitud.
Se ha planteado la hipótesis de que la extrema gravedad de la afección se debió a un fenómeno explicado hoy como “tormenta de citoquinas”, que no es más que la autodestrucción de las células, –sobre todo las alveolares pulmonares–, inducida por la replicación viral.
Y entre las víctimas se contó, junto a muchos otros, a la estrella en ascenso de la pintura austriaca y mundial Egon Schiele. Provocador, extremadamente talentoso, disoluto y promiscuo; acusado incluso de pederastia, Schiele, que hacía de su habilidad pictórica y de su estilo desenfadado de vida un pasaporte a la fama y la fortuna, no podía pensar que un diminuto asesino, completamente desconocido entonces, y que sería denominado medio siglo después con el poco artístico apellido de H1N1, le arrebataría la vida a los 28 años de edad, junto con su mujer Edith y su hijo por nacer.
Tampoco estaban sólos; con ellos se fueron, entre otros, Edmond Rostand, autor del Cyrano de Bergerac; el economista y sociólogo Max Weber; las estrellas del cine mudo Vera Kholodnaya, Harold Lockwood y Dark Cloud; Jacinta y Francisco Martos, dos de los tres niños a los que se apareció la Virgen de Fátima; el pianista norteamericano Felix Arndt; la hija de Sigmund Freud, Sophie, y el poeta Guillaume Apollinaire.
Hoy todos son parte de la historia y parte de una cruel estadística.