SALUD MENTAL
El encerramiento
Edward Hopper (1882-1967) es el pintor de la soledad, del aislamiento, del silencio y de la eterna espera. Representa el realismo norteamericano durante la Gran Depresión. Sus personajes están contenidos en espacios provisionales, transitorios e impersonales flotando en la incertidumbre y en la incomunicación.
En la recreación de su obra Western Motel (1957), una mujer viaja sola. No sabemos si va o viene, solo que está en tránsito, como ocurre con la vida misma. Está sentada en el borde de la cama, espacio de indecisión y duda, límite entre quedarse o irse. Piensa en lo que dejó atrás y en lo que podría encontrar.
Pero mientras, solo espera, y se hace larga esa espera, tanto que no sabe si la misma comienza o si termina. Solo el movimiento de su sombra le indica que el tiempo pasó, si es en la mañana o en la tarde; lo que no hace diferencia en la soledad.
El encerramiento llega inesperado y nos toma por sorpresa, justo en el momento de apertura global. Recién se habían eliminado las viejas fronteras entre países, abriéndose así todos los espacios. Incluso se añadieron los no-espacios virtuales, que no le pertenecen a nadie y por donde todos podemos navegar. En estos tiempos del nacimiento del hombre omnipresente, llegó la pandemia.
El miedo a enfermar, sufrir y morir nos hace encerrarnos. Buscamos la inmunidad en la reclusión y en el aislamiento. Restablecemos las barreras de protección donde los límites de contagio son aproximados, inciertos y, a veces, sin reconocerlos, demasiado cercanos.
Una puerta, un cerrojo o un pedazo de tela. De ahí desarrollamos incómodos estados existenciales, como son los de hipervigilancia, de suspicacia, de incertidumbre y de ansiedad. Al retraernos del otro, abandonamos una forma de vivir, perdiendo de inicio la libertad para la movilidad social y escoger los estímulos interactivos humanos y esenciales. Quedamos atrapados en la “red”, saltando entre contactos y apretando botones; buscando resonancia y reciprocidad humana. Perseguimos la ilusión de poder cambiar la nueva realidad de vida y atemperarla a nuestra necesidad y carencia actuales.
Inicialmente, viviendo encerrados en una comunidad virtual y en un solo espacio, se perciben los límites físicos como temporeros y traspasables. Un encierro relativo, una incomodidad a lo sumo, la que se puede pasar entretenido y conectado. Pero al pasar el tiempo y repitiéndose los mismos estímulos, se siente la impotencia para cambiarlos, una especie de condena velada. Entre el “adentro y el afuera” ha crecido un espacio muy riesgoso para transitar, lo que propicia un encierro mucho mayor, el encierro consigo mismo. En él se reducen los diálogos a la misma persona y sobre una misma historia que se repite como un eco del yo, quien se responde a sí mismo intentando establecer una relación con algún otro, pero en la que ambos sean diferentes.
Difícil tarea a lograr dentro de la cordura, por lo que muchos deciden escapar del intolerable encierro. Desesperadamente rompen los límites de seguridad prohibidos. Se escurren confiados en sus habilidades para burlar el contagio y otros se cubren con el velo del mago que los invisibiliza, ese engañoso velo entre la realidad y la fantasía con el cual alguna vez jugamos en nuestra infancia; cuando nos funcionaba.
Ese pensamiento mágico unido a la negación (mecanismo psicológico igualmente primitivo) y a la omnipotencia, grandiosidad y narcisismo del hombre actual, lo impulsan al reto y a la aventura. Desafía así al peligro temido y pone a prueba los límites de lo prohibido, como cualquier otro héroe mítico del pasado.
Al escapar del encierro, entra en las actividades grupales y colectivas anteriores, la deseada y añorada normalidad. Desenfrenos lúdicos y festivos deshacen el riesgo de manera absoluta. El exceso y la extravagancia rompen la cotidianidad y el tedio experimentado en el encierro. Experimenta una sensación de liberación momentánea, un tipo de embriaguez social, un atracón de lo carente. Una transgresión dramática, la catarsis que exterioriza el gran conflicto de la sobrevivencia. Es la ilusión del triunfo sobre el invisible e invencible gran invasor y la impotencia. Y como ocurre luego de la celebración de algún rito colectivo, se siente un insólito e inusitado placer de grandiosidad y poder al deshacer la amenaza de aniquilación representada en lo prohibido, el tótem y el tabú. Ese triunfo, en el fondo, es sobre la muerte.
Pero ese hombre que violentó lo prohibido retando al virus, ahora es visto como contagioso, adquiriendo así las características temidas. Se convierte en tabú, en marginado e intocable. Y como él, surgen otros, fragmentando la sociedad en dos, los “de adentro y los de afuera”. Ambos lucharán por sobrevivir, pero con visiones fenomenológicas de su existencia muy diferentes y, por ende, sus métodos. ¿Cuál y cómo será el hombre futuro?