Entrevista Norman Maldonado, MD
Norman Maldonado es un reconocido hematólogo-oncólogo. Fue presidente de la Universidad de Puerto Rico y director de su escuela de Medicina, autor de publicaciones científicas y asesor gubernamental, entre muchos otros cargos.
A pesar de haber tenido un día intenso atendiendo a los pacientes con cáncer nos recibe sin prisa. Apacible y cálido. Norman Maldonado además de sus múltiples y variadas actividades está ahora abocado a organizar la división interamericana de la Sociedad Internacional de Hematología, es presidente del Rotary Club de Puerto Rico y viaja regularmente a Washington al comité de acreditación de escuelas de medicina internacionales donde estudian ciudadanos americanos. Además atiende regularmente en su consultorio en el Hospital del Maestro, igual que desde hace 38 años, va dos veces por semana a la escuela de medicina donde se reune con los residentes y los fellows, ellos saben más que uno, nosotros les damos un poco de orientación, un pedacito de sabiduría y experiencia, son bien buenos, me encanta, es la actividad que más disfruto. En un rato se irá a casa. Nos informa a modo de advertencia: Salgo a eso de las 6 de la tarde a trotar y cuando no lo hago me siento culpable, lo hago por lo menos cinco días a la semana. Circunstancialmente también se está preparando un libro recopilando sus columnas de los martes del San Juan Star.
¿Usted se suele acostar temprano?
Apago la luz alrededor de medianoche. Soy nocturno. Así funciona mi reloj biológico; estamos divididos en dos grupos, los madrugadores y los nocturnos. Yo rindo mejor de noche, aunque toda mi vida me he levantado temprano porque tengo responsabilidades. Tampoco puedo correr bien por la mañana, pero, por la tarde estoy listo.
¿Cuándo decidió estudiar medicina?
Siempre quise ser médico. Tengo un hermano mayor que es médico, me lleva trece años, quizás fue por seguir su ejemplo.
Usted nació en Adjuntas. ¿En qué momento viene a San Juan?
Allí hice la escuela primaria. (Nos comenta con orgullo que Adjuntas es el principal pueblo cafetero en la montaña de Puerto Rico –aunque él confiesa preferir ahora el green tea–). Hice la escuela secundaria en Ponce, estudié en verano, por eso la terminé en dos años en vez de tres. Luego fui por un año al Politécnico en San Germán, éramos 300 alumnos con excelentes profesores que se preocupaban siempre por nosotros, éramos como una gran familia.
¿Cuéntenos cuándo empezó a estudiar medicina?
Del Politécnico pasé a la escuela de medicina en San Juan. Los que no éramos de San Juan teníamos dormitorios en el local que había sido de Medicina Tropical junto al capitolio. De noche nos arrullaba el ruido del mar y a veces de día íbamos a una pocita que se formaba en la playa. ¡Era un paraíso! Pero, no todo es eterno, y cuando entró odontología nos tuvimos que mudar. Allí surgió el Dr. Manuel Pavía quien nos recibió paternalmente, nos dió cuarto, techo y comida. Nuestro compromiso era apoyar con las historias clínicas y en sala de emergencia. Teníamos una casa de lujo, con aire acondicionado, con pisos de mármol. Aprendimos muchísimo en ese hospital.
Cuando estudió medicina, ¿cómo era la relación con los profesores?
Muy buena. Éramos grupos pequeños y todos nos conocíamos. Tuve la suerte que en último año fui invitado a una pasantía a Columbia y allí se me abrió el mundo. Además yo hacía de traductor para todos lo pacientes que llegaban de España o Latinoamérica, ¡yo hasta los podía escoger! ¡Qué importante es la comunicación!
Se dice que las experiencia fuertes lo marcan a uno. ¿Alguna que se le venga a la mente?
Recuerdo dos shocks tremendos. Acababa de regresar del internado rotatorio en DC General en Washington donde me acababa de casar con una enfermera de sala de emergencia que me impresionó mucho. Como no me trataba bien la tuve que invitar, y ya llevamos 48 años de casados y cinco hijos. ¡Cómo pasa el tiempo! ¡A veces no puedo creer que tengo un hijo tan viejo como de 47 años! Volviendo al shock: Era el 31 de diciembre e íbamos a pasar año nuevo a Adjuntas cuando llegó un telegrama que me citó para el 2 de enero al ejército. ¡Y yo que ni había sido boy scout! Era 1962 y acabada de surgir el problema de Berlín. Me enviaron a Alemania. No la pasamos mal pues al poco tiempo pude llevar a mi esposa y mi hijo, y hasta pudimos pasear un poco por Europa.
¿Y la otra experiencia…?
Otro shock aún más fuerte: El primer día de trabajo luego de culminar mi residencia y de vuelta a Puerto Rico, el doctor Pérez Santiago que había sido mi mentor y que era el jefe de la sección se levantó y me dejó su sitio diciendo: “Norman, ahora tú eres el jefe”. ¡Eso fue bien fuerte! Teníamos exceso de investigación, de trabajo clínico y de proyectos importantes que salían en las mejores revistas, como el que publicamos con el Dr. Velez García en 1970 sobre uso de Alkeran en mieloma. Desarrollamos muchos proyectos, era extraordinario. Allí también se formó el Dr. Antonio Grillo que desarrolló el Rituxan.
Vino luego el Hospital Municipal…
Efectivamente. En 1973 me invitan a dirigir el Hospital Municipal, donde estuve cuatro años y aprendí mucho de administración. Luego estuve 15 meses como subsecretario de salud. Esa fue la experiencia más gratificante de mi vida, conocí casi todos los pueblos de Puerto Rico. Establecimos el Año de Servicio Público que ayudó mucho, pero funcionó solo por diez años debido a que habían muchos que se disculpaban para no hacerlo.
¿Luego volvió al Recinto de Ciencias Médicas?
En 1978 volví como rector. Fue un reto y una experiencia de las mejores que he tenido. En Ciencias Médicas logramos tres cosas: creamos las clínicas ambulatorias, un plan de práctica y la compensación diferida, y se creó un seguro para los médicos de la universidad. Eso permite contar actualmente con una buena facultad, que es importante en el trabajo de Centro Médico. Además se compró el Hospital de Carolina que era necesario, ya nos habían botado de Caguas, de Bayamón, vimos el peligro de seguir siendo botados y por eso decidimos comprarlo, contra viento y marea.
Alguna vez escuchamos qué usted tuvo que verificar milagros…
Si, fui asesor del Tribunal de la Corte Eclesiástica en el proceso de beatificación de Charlie. Roma mandó un cuestionario muy riguroso en relación con el caso de un paciente con linfoma curado, y yo tuve que contestar que lo que se estaba haciendo era cierto. Fue un proceso muy serio.
Respecto a la tecnología moderna, ¿qué opina de la computadora y del internet?
No puedo vivir sin ellos. Cada día tengo de veinte a treinta correos que responder. Claro, entran muchos más, chistes y esas cosas, a las que ya casi automáticamente les pongo «delete». El problema con todo es que las semanas son muy cortas. No alcanza el tiempo… y uno tiene tantos proyectos; además tenemos que ver a los nietos… estoy a punto de jubilarme de mi jubilación.
Escuchar al doctor Norman Maldonado abstrae, nos mueve en el tiempo y en los lugares. Quedamos en reunirnos nuevamente para seguir charlando sobre muchas cosas más.