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¿Está desapareciendo el cromosoma Y?

Félix J. Fojo, MD

Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
ffojo@homeorthopedics.com

Como sabemos, en el núcleo de casi todas las células somáticas humanas normales hay 23 pares de cromosomas. A esa paridad constante se le denomina diploide o 2n. Veintidós de esos pares son solamente somáticos y un solo par –el número 23– determina el sexo heredable. Este par 23 está formado por un cromosoma de mayor volumen, llamado X, y uno más pequeño, con menor información genética (menor número y diferente posición de los locus o loci genéticos), denominado Y. A los cromosomas pareados de células tipo 2n o diploides, como las humanas, se les señala como homólogos.

Los cromosomas son recipientes de largas cadenas de ácido desoxirribonucleico (ADN), increíblemente bien plegadas sobre sí mismas, y de algunos otros componentes proteicos como las histonas. A esos dos cromosomas sexuales (heterogaméticos) que conforman el par 23 se les conoce como X e Y, por la forma aproximada que solemos observar al microscopio, pero incluso dentro de la normalidad pueden presentarse pequeñas variaciones morfológicas de un tipo de célula a otra.

En 2003, el genetista de la Universidad de Oxford Bryan Sykes señaló en una de sus publicaciones que “el cromosoma Y humano estaba desapareciendo frente a nuestros ojos” y que el “fallecimiento del género masculino, como tal, era inminente”. Esta predicción esta que ha sido llamada en un libro de Sykes el “Adam’s Curse” o la “Maldición de Adán, un futuro cercano sin hombres”.

¿En qué argumentos basa Sykes sus catastróficas afirmaciones? Veamos:

  1. En el hecho de que, al no tener un “partner”, el cromosoma Y no puede asociarse, durante la meiosis, al proceso denominado “recombinación”, algo que sí pueden lograr los otros 45 cromosomas;
  2. En el hecho de que, al no recombinarse el cromosoma Y, está sujeto a innumerables mutaciones, lo que lo debilita progresivamente. Un “cementerio de genes degenerados” le han llamado peyorativamente. El biólogo Steve Jones, otro catastrofista, señaló en 2009 que un padre viejo es “potencialmente más mutágeno que una bomba de hidrógeno”;
  3. En el hecho indiscutible de que el cromosoma Y ha estado evolutivamente disminuyendo de tamaño y perdiendo genes, salvo el gen SRY (master switch gene), que determina el sexo masculino;
  4. En la ocurrencia de que –exceptuando el gen SRY– el cromosoma Y no tiene mayor importancia para la vida;
  5. En la posibilidad de que el gen SRY pase a formar parte de una dupla XX que eliminaría la necesidad biológica reproductiva del cromosoma Y; y
  6. En el hecho de que el cromosoma Y proviene filogenéticamente del X y puede, de igual forma, involucionar (o evolucionar) de nuevo a X.

Visto así, parece que la suerte del cromosoma Y está echada y la de los hombres también, o sea, la del sexo masculino en su conjunto. Pero la realidad no es tan simple. El cromosoma Y lleva evolucionando 300 millones de años y aún no ha desaparecido. Y ni qué decir de la posibilidad muy real de la intervención humana a través de la ingeniería genética u otras técnicas que aún no conocemos.

El cromosoma Y conserva la habilidad de autorregenerarse gracias a las secuencias palindrómicas (por lo menos 8, que funcionan como la palabra kayak, en una dirección u otra) que contiene y que lo convierten en “un corredor de espejos”, según otros genetistas no asociados a la escuela catastrofista. Sin embargo, para otros investigadores, esta defensa palindrómica es solo un mecanismo retardatorio de una decadencia inevitable. Para el biólogo molecular David Page “las predicciones de que el cielo está cayendo sobre el cromosoma Y son populares, pero no bien fundamentadas a la luz de los últimos 6 millones de años de evolución”.

A los biólogos que favorecen la teoría de la desaparición progresiva del cromosoma Y les llaman “leavers”, y los que defienden su permanencia reciben el apelativo de “remainers”. ¿Quiénes prevalecerán?