Home / Galenus 101 / Temas de interés / La epilepsia en la historia

Torre de marfil

La epilepsia en la historia

Félix J. Fojo, MD
Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
ffojo@homeorthopedics.com

La epilepsia, una enfermedad neurológica relativamente frecuente, no es, en lo absoluto, una enfermedad común. Sus dramáticas y muy llamativas crisis convulsivas de aparición brusca en personas, por demás, sanas y activas, sus auras prodrómicas ricas en manifestaciones extrañas y su cronicidad han hecho de la epilepsia, desde la prehistoria, una condición patológica considerada sobrenatural, divina, un regalo de los dioses, un don de personas escogidas o, por el contrario, y ese ha sido su estigma a través de los siglos, un ataque de seres invisibles, una maldición, el precio del pecado o de una posesión demoniaca.

En el papiro de Edwin Smith, copia de un manuscrito de 2,500 años a.C., en jeroglíficos egipcios del 2000 a.C., en el código de Hammurabi (1780 a.C.) y en el libro babilónico escrito en tablas de Sakikku (1000 a.C.) la epilepsia ya aparece mencionada o incluso descrita en muchas de sus particularidades clínicas. El Viejo Testamento menciona la epilepsia varias veces y, en el Nuevo, en el Evangelio de San Marcos, podemos leer esta descripción: “Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu inmundo, y donde quiera que se apodera de él, le derriba y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido”.

En el Canon de la Medicina, libro chino de la época del Emperador Amarillo (1000 a.C.), la epilepsia se coloca en una tríada junto a la demencia y la locura. El Talmud hebreo considera la condición una enfermedad sexual (por su semejanza con el orgasmo) o producto del matrimonio entre enfermos, por lo que se aconsejaba la castración preventiva.

Los griegos de la época clásica la denominaban “epilanbanein” (atacado por sorpresa) y también el “morbo sacro”, de donde el Nuevo Testamento tomó el nombre, pero para Hipócrates, Alcmeón de Crotona, Celso, Galeno, entre otros, no era más que una enfermedad mental propiciada por ciertos humores que calentaban la cabeza: “Ni más divina ni más sagrada que otras”. Hipócrates, magnífico observador, describió la relación entre fiebre y convulsión y escribió que “es preferible que una convulsión se siga de fiebre y no que la fiebre se siga de convulsión”.

Los romanos denominaban a la epilepsia “morbo comitiati” (morbo comicial), hecho derivado de la suspensión de los comicios senatoriales cuando un aspirante presentaba una crisis convulsiva. Sorano de Éfeso, en el siglo II, describe las crisis de ausencia como una forma de epilepsia más benigna.

En la Edad Media, muchos consideraron a la epilepsia como una dolencia sagrada o, por el contrario, como una posesión por seres malignos, lo que llevaba a partes del clero a negarles a estos enfermos la comunión y otros ritos religiosos. Debe notarse que, en la Edad Media, los médicos hipocráticos, y siguiendo a este, a Hipócrates, tenían a la epilepsia solo por una enfermedad de muy difícil tratamiento. El estudio de los muchos santos católicos que probablemente hayan padecido de crisis epilépticas (se menciona siempre a Juana de Arco entre ellos) merece un capítulo aparte.

William Shakespeare, en su obra Julio César (epiléptico, por cierto), llama a la epilepsia “falling sickness”. Hasta el siglo XVIII, muchos seguían considerando a la epilepsia una enfermedad contagiosa (el evil breathe) y rehuían a estos enfermos. Debe decirse que la discriminación de los epilépticos, incluso desde la perspectiva legal, no se ha erradicado del todo aunque se ha avanzado mucho en ese terreno.

Aunque se han asociado diversos personajes históricos con la epilepsia –Sócrates, Juana de Arco, Napoleón, entre otros–, pocos de ellos han tenido crisis convulsivas demostradas, exceptuando a Julio César, al escritor ruso Fiódor Dostoyevski y al escritor francés Gustave Flaubert, epilépticos muy típicos todos ellos. Las descripciones de la enfermedad y de sus auras que hizo Dostoyevski mediante algunos de sus personajes, inspiradas en sus propias crisis, son antológicas y pueden emplearse como descripciones clínicas muy acuciosas, a veces más cercanas a la realidad que las de muchos textos médicos.