TORRE DE MARFIL
La melancolía
Para Aristóteles, la melancolía era una enfermedad sagrada, y lo era porque el héroe Heracles (el Hércules romano), hijo de Zeus con una humana, poseía una naturaleza melancólica. Pero no era el único famoso de aquellos tiempos con esta condición: Heráclito, Platón, Empédocles y Sócrates, según el propio Aristóteles, también poseían este temperamento un poco raro, atrabiliario, morboso y de ideas fijas, que él denominaba melancolía.
Pero…, ¿de dónde viene ese término, melancolía? Pues viene de la clasificación hipocrática de los 4 humores del cuerpo humano, que eran la bilis negra, la bilis amarilla, la sangre y la flema. Uno de esos 4 humores, la bilis negra (melas = negro / kholis = bilis / melaskholis) se desequilibraba y comenzaba a producirse en cantidades exageradas en el hígado, lo que llevaba sin remedio a padecer la melancolía.
Fue Claudio Galeno de Pérgamo, el gran médico grecorromano, el que hizo evolucionar la teoría de los humores al describirlos como “temperamentos” y asociarlos con los 4 elementos básicos que conforman la materia: bilis negra = tierra, bilis amarilla = fuego, sangre = aire y flema = agua. Por tanto, el predominio de la bilis negra (o lúgubre) asocia al individuo con la tierra y, de paso, con el arraigo y la pesadez de esta.
Todo siguió más o menos igual hasta que, unos 1300 años después de Galeno, el escritor y profesor inglés Robert Burton (1577-1640) asociaría la melancolía, hasta ese momento un término fundamentalmente médico y poco explicativo, con la historia europea, con la filosofía, la literatura, la poesía, la pintura, la música, las religiones e, incluso, con la astrología (“predominio de Saturno”). La publicación de su The Anatomy of Melancholy en el año 1621, libro que rápidamente se convirtió en un clásico, fue todo un acontecimiento que cambió la forma de ver esta condición, asociando lo físico a lo mental, lo médico a lo artístico, y lo patológico a lo genial, y la convirtió en una especie de moda, de enfermedad con “charme” que perduraría hasta principios del siglo XX.
Burton escribió con amenidad y erudición, y describió su “spleen”, su propio estado depresivo en el prólogo del libro: “Yo estaba no poco molesto con esta enfermedad a la que llamaré Mi Señora Melancolía, Mi Egregia o Mi Genio Maligno, malus genius. Y por esta causa, como aquel a quien le pica un escorpión, sacaría un clavo con otro clavo, calmaría el dolor con otro dolor, el ocio con el ocio…” Un libro, el de Burton, extraordinario y atemporal, con conceptos y descripciones que hacen vislumbrar la psiquiatría científica del siglo XX. Recomiendo, de paso, los comentarios que hizo Jorge Luis Borges a esta obra.
De aquí en adelante, la melancolía como estado de ánimo, como motivación, como conducta y aun como forma de vida, crece y adquiere un halo de respetabilidad del que no gozan otras condiciones médicas. El príncipe Hamlet, personaje de Shakespeare, Don Quijote, personaje de Cervantes, y el joven Werther, personaje de Goethe, son 3 melancólicos clásicos, aunque cada uno a su manera.
Para Victor Hugo la melancolía no era más que “el placer de estar triste”. Y para Freud, una forma, entre otras, de narcisismo. Después de la Primera Guerra Mundial, la melancolía pierde su estatus de condición interesante y atractiva, y de la década de 1950 en adelante, la melancolía comienza a desaparecer como diagnóstico médico. En todo caso, persistirá como un síntoma psiquiátrico más durante algún tiempo y se transformará en depresión o estado depresivo, pero ya sin los adornos del romanticismo.
Hoy, aunque la melancolía y lo melancólico continúan formando parte de nuestro vocabulario, ya no tienen la connotación médica, social y artística de que gozaron en otro tiempo. Que así es la vida.