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Torre de marfil

La osteoartrosis de Miguel Angel Buonarroti

Félix Fojo, MD

Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana

ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

El italiano Miguel Angel Buonarroti, llamado “El Divino” por sus contemporáneos, fue un artista completo y de primera magnitud en todo lo que practicó: escultura, pintura, arquitectura e, incluso, poesía. Sin embargo, lo que nos asombra todavía hoy fue su enorme –casi increíble– capacidad de trabajo y su perseverancia, que no conoció descanso durante más de 70 años de creación ininterrumpida.

Nació Miguel Angel en Caprese, cerca de Florencia, en 1475. Inició su formación artística en 1488 en el taller del maestro Ghirlandaio, justo al cumplir 13 años y murió en Roma en 1564, con casi 89 años, trabajando en su escultura la Piedad Rondanini y controlando de cerca las obras –que no vería terminadas– de la cúpula de la Basílica de San Pedro.

Si se añade a esto que, a la edad de 6 años, al quedar él huérfano de madre, comenzó a aprender, cincel y martillo en mano, el oficio de cantero, el artista trabajó ininterrumpidamente durante 82 años seguidos, toda una proeza de fuerza física, mental y de laboriosidad, longevidad, pues no olvidemos que hablamos de cinco siglos atrás.

A diferencia de su contemporáneo Leonardo da Vinci, también un inmenso genio de las artes y las ciencias, pero de obra relativamente breve e inconstante, Miguel Angel fue un titán de la productividad artística: la escalinata y el vestíbulo de la Biblioteca Laurenciana en Florencia, la Capilla Sforza, la gigantesca y novedosa cúpula de la Basílica de San Pedro en Roma, parte de las fortificaciones de Florencia, la Plaza del Capitolio en Roma, las pinturas de la bóveda de la Capilla Sixtina (un trabajo hercúleo y casi imposible para un ser humano en solitario), El juicio final, también en la Capilla Sixtina, la Madonna de Manchester, La conversión de San Pablo y el Tormento de San Antonio.

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Y por si fuera poco, la inmensa escultura del David, una increíble obra de juventud de 4 metros de alto, el Apolo, la Capilla de los Médici, el Crucifijo del Santo Spirito, la increíblemente bella Piedad del Vaticano, el Tondo Pitti, el San Mateo, la Tumba del Papa Julio II, el asombroso Moisés (a quien, según la leyenda, Miguel Angel le rogó a gritos que hablara), La Noche y el Día (tumba del papa Julián II), el Brutus, el Cristo de la Minerva y decenas y decenas más de obras sorprendentes y de máxima calidad.

Pero lo que es admirable y constituye un mensaje para todas las generaciones que le han sucedido, inclusive la actual, es que, además de otras dolencias como la litiasis renal, las depresiones profundas y las cataratas –de las que hay constancias en sus cartas y en un par de retratos que se le hicieron–, padeció durante sus últimas 3 décadas de vida de una severa osteoartrosis con claras deformaciones y dolores intensos en sus dos manos, sobre todo en la izquierda, lo que agravaba el cuadro porque el artista era zurdo.

¿Cómo combatía entonces Miguel Angel los dolores y la rigidez articular de sus manos? Pues, según narra él mismo en algunas de sus últimas cartas, con… ¡cincel y martillo! Sí, con trabajo y más trabajo. Y así hasta el final.