Síndrome químico múltiple
Intolerancia ambiental idiopática (IAI)
Bien avanzada la segunda mitad del siglo XX, con innumerables debates y reticencias e, incluso, abiertas negaciones por parte de las diferentes escuelas médicas internacionales, comenzaron a definirse un grupo de síndromes caracterizados todos por la heterogénea constelación de síntomas y por la dificultad de probarlos clínicamente de una manera científica o, para ser justos, con la ausencia hasta el día de hoy de métodos precisos de laboratorio, imagenológicos y anatomopatológicos capaces de demostrarlos científicamente.
Entre estas entidades patológicas, se encuentran el síndrome de fatiga crónica, la “encefalomielitis” miálgica o fibromialgia, el síndrome de intolerancia al esfuerzo (SIAE), el síndrome de intestino irritable y el síndrome químico múltiple, todos ellos englobados por algunos autores (Kindler, Bested, Yunus, etc.), desde hace unos diez años, dentro del denominado y aún no del todo probado síndrome de sensibilización central (CSS).
La definición que nos parece más corta y concisa para el síndrome que nos ocupa hoy, el síndrome químico múltiple (SQM), sería esta: se trata de una condición médica adquirida, crónica, a la larga invalidante, sistémica, difícil o imposible de demostrar por los métodos convencionales de diagnóstico, de patogenia desconocida, y que se caracteriza por la aparición brusca o a veces progresiva de síntomas recurrentes y diversos que pueden asociarse a la exposición a múltiples compuestos químicos y biológicos en concentraciones que no se consideran tóxicas ni, incluso, habitualmente alergénicas para la población general. Muchos médicos conocemos personas portadoras de algunos de estos síndromes, siendo testigos de los sufrimientos físicos, emocionales y económicos que padecen, así como de las frustraciones que sufren cuando no se les toma en serio o, incluso, cuando se les insinúa que sus problemas son solo mentales, o peor, defectos de carácter.
Los síntomas de los pacientes portadores de SQM se cuentan por decenas y a veces son desconcertantes:
- Neuromusculares: desde los mareos, la pérdida de la conciencia y las convulsiones hasta la fatiga crónica y la necesidad incontrolable de acostarse y dormir;
- Musculoesqueléticos: calambres, rigideces articulares y dolores localizados en grupos musculares o sistémicos;
- Gastrointestinales: intolerancias alimentarias, meteorismo, diarreas, cólicos, reflujo ácido, etc.;
- Respiratorios y otorrinolaringológicos: tos crónica, asma, infecciones pulmonares y bronquiales recurrentes, ronquera, sinusitis, etc.;
- Cardiovasculares: taquicardias, arritmias, dolor torácico, falta de aire a pequeños esfuerzos, etc.
- Afectivos: depresión, trastornos del sueño, irritabilidad, temblores, ataques de pánico, ideas suicidas, etc.; y
- Cognitivos: crisis de ausencia, dislalias, pérdida de concentración, pérdida de la memoria, etc.
- Diversos: fiebre, sudores y un largo etcétera.
Los agentes químicos invocados como causantes del síndrome son casi infinitos, pero predominan los detergentes, los desinfectantes, las pinturas, los insecticidas, maquillajes, ciertos alimentos (lácteos, mariscos) y muchos medicamentos. Algunos estudios serios han demostrado que la exposición a placebos –nocebos, en este caso– desencadena casi los mismos síntomas.
El SQM no ha sido reconocido por la OMS. Para algunos no existe y para otros es una condición psicosomática. Pero es bueno señalar que después de la exposición al empleo militar del agente naranja en la guerra de Vietnam, después de los extensos incendios petroleros de la Guerra del Golfo y de los atentados del 11 de setiembre de 2001, miles de personas expuestas quedaron padeciendo del SQM sin que se pudiera demostrar una causa etiológica específica, salvo en el caso del agente naranja.
El pronóstico, aunque no mortal, es muy reservado a largo plazo. El tratamiento es complejo, muy frustrante en ocasiones y debe ser controlado por especialistas (psiquiatras, alergistas, inmunólogos, etc.) con experiencia en estos casos.