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TORRE DE MARFIL

El loco” Schliemann

Félix Fojo, MD

Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana

ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

Los que conocieron al joven prusiano alemán Heinrich Schliemann (1822-1890) decían que estaba loco. Pero… ¿Lo estaba realmente? No, no lo estaba, pero lo parecía, y mucho.

Su padre, un pastor protestante alcohólico y de pocos recursos económicos, lo crio al morir su madre cuando tenía 4 años. Le contaba en las noches las historias de querellas y peleas de Aquiles, Ulises, Helena, Héctor, Agamenón y Menelao. Heinrich adoptó desde muy niño a Zeus como su dios tutelar y le rendía culto. Cuando tenía 8 años, le anunció a la familia y a todo el que quisiera escucharle que iba a demostrarles a los historiadores que la ciudad perdida, o mítica, de Troya existía en la realidad. Tenía solo 10 años cuando escribió un bien fundamentado ensayo, que fue publicado, explicando sus razones para dedicar la vida a la búsqueda de Troya.

Hablaba, literalmente como un loco. Solamente peroraba acerca de Troya, los troyanos y los aqueos que la destruyeron, cuando, un día, a los 16 años, dejó de hacerlo del todo. “¡Cosas de gente trastornada!”, se dijeron todos. Se fue entonces a Venezuela, o creyó irse, pero el barco naufragó y Schliemann, que salvó la vida de milagro, se quedó en Holanda. Se convirtió entonces en comerciante de polvo de oro y se dedicó a estudiar idiomas en las noches. A los 35 años era millonario, hablaba 9 idiomas y tenía un secreto. El secreto era que, sin decírselo a nadie, ni a su propia esposa, había seguido estudiando a Homero y a los historiadores griegos hasta convertirse en una autoridad mundial en la cultura helénica.

Fue entonces cuando vendió sus negocios y su banco, se deshizo de todo, se divorció de su mujer –una aristócrata rusa que no tenía la menor idea de qué cosa era Troya, ni quería saberlo– y se preparó para ir a descubrirla con sus propios medios. Pero antes decidió casarse de nuevo con una griega de 17 años y bautizó a sus dos nuevos hijos, Andrómaca y Agamenón, exigiéndole al cura que, además del ritual establecido, leyera pasajes escogidos por él de la Ilíada y la Odisea.

En 1870 Schliemann obtuvo el permiso del gobierno turco para excavar en una ladera de la colina de Hisarlik, en Asia Menor. Y un buen día, con la ayuda de su nueva esposa y unos pocos ayudantes, encontró las ruinas de Troya, o de lo que debía ser Troya, y halló además miles de objetos de oro y plata, un gran tesoro en verdad, con los que se adornó él y adornó a su esposa para tomarse fotos, un proceder un poco infantil que lo metió inmediatamente en problemas con el Imperio Otomano. En un rapto de euforia, envió un telegrama personal al Rey de Grecia en el que le decía: “Majestad, he encontrado a sus antepasados”. Y por supuesto, ningún historiador ni estudioso serio lo creyó.

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De ahí en adelante Schliemann gastó su dinero, sus energías y su tiempo en peleas y debates interminables con los investigadores y arqueólogos tradicionales. Pero poco a poco la verdad fue saliendo a la luz. Heinrich parecía y se comportaba como un enfermo mental, es cierto, pero había descubierto, él solo, las ruinas de Troya y había cambiado para siempre la historia, demostrando que la Ilíada y la Odisea de Homero, aunque tuvieran mucho de mito, tenían un fundamento histórico.

Schliemann llevó a cabo algunas otras excavaciones en la isla de Ítaca, en Orcómeno, en la Beocia y en el emplazamiento de Troya que él mismo descubrió. Pero había envejecido mucho y ya no se encontraba bien de salud. Murió en Nápoles, a los 68 años, de una grave infección ótica que se extendió al cerebro.

Un cráter de la Luna y un asteroide llevan hoy su nombre. Y se reconoce a Schliemann, claro está, como uno de los padres de la arqueología moderna. Un consejo: Nunca juzguemos con demasiada dureza a un “loco”… podemos equivocarnos.