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Torre de marfil

Nostalgias navideñas y literatura

Félix Fojo, MD

Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana

ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

La Navidad es, por lo menos en el Occidente cristiano, uno de los periodos más familiares y agradables del año. También es cuando muchas personas –sobre todo las mayores– sufren lo que se suele llamar “depresión blanca”, “síndrome de la Navidad” o “blues de Navidad”. Son nombres para designar una depresión desencadenada por las nostalgias y recuerdos, no siempre felices, propios de estas festividades, sobre todo si se ha vivido lo suficiente como para que estos tengan espacio en la memoria.

Las razones de este estado depresivo son múltiples y han sido estudiadas por los expertos. Pero antes que los científicos, algunos escritores –en libros que en ocasiones se han convertido en verdaderos clásicos– habían narrado ya todas las facetas luminosas y oscuras que acompañan las celebraciones navideñas.

En realidad, el norteamericano Washington Irving fue el escritor que “inventó” la nostalgia navideña en su libro Vieja Navidad (1820). Nos dice en un párrafo de su breve novela: “De todas las antiguas fiestas, la de Navidad es la que nos despierta las asociaciones mentales más fuertes y sinceras…”. Lord Byron reconocía que se sabía “Vieja Navidad” casi de memoria, de tanto leerla, y el poeta H. W. Longfellow escribió refiriéndose a esta obra “[…] cada lector tiene su primer libro; un libro que en la juventud primera fascina tu imaginación y al mismo tiempo te excita y satisface”. Donde la influencia de “Vieja Navidad” resulta más patente es en el inmortal “Cuento de Navidad” (1843) del inglés Charles Dickens. Es común decir que en este relato se inventó la Navidad. Ahí aparecen el abeto decorado con esmero, el pavo sobre la mesa del comedor, la música de cascabeles llena de añoranzas, la reunión de toda la familia, los buenos sentimientos y tantos otros atributos de las celebraciones. Dickens resaltó la visión navideña partiendo de los recuerdos de su triste infancia. De allí en adelante, la Navidad se convirtió por derecho propio en un tema de inspiración para los artistas y escritores de todo el mundo. En 1816 ya había aparecido la obra “El cascanueces y el rey de los ratones” del prusiano Ernest T. A. Hoffman, en la que se basó el ruso Piotr Ilich Chaikovski para componer su famosísimo ballet del mismo título. En esa línea, el ruso Fiódor Dostoyevski escribió “Un árbol de Navidad y una boda”, el danés Hans Christian Andersen “La niña de los fósforos”, el dublinés Oscar Wilde aportó “El gigante egoísta” y el francés Guy de Maupassant su “Cuento de Navidad”.

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Al llegar el siglo XX, la Navidad entró en el temario de centenares de creadores literarios. Agatha Cristhie la utilizó como telón de fondo en “Navidades trágicas” (1939) y Dylan Thomas escribió dos obras maestras: “La Navidad para un niño en Gales” (1952) y “La conversación de Navidad” (1974). En 1956, Truman Capote escribió “Un recuerdo navideño” y, en 1983, retomó el asunto con “Una Navidad”. “Las cartas a Papá Noel”, del sudafricano J. R. R. Tolkien escritas para sus hijos entre 1920 y 1943 (publicadas póstumamente en 1976), componen un libro de profunda belleza y nostálgica rememoración.

Hacer una lista de obras dedicadas a la Navidad sería muy largo; entre los muchos autores figuran Rubén Darío, Francis Scott Fitzgerald, José Martínez Ruíz (Azorín), Enid Blyton, el puertorriqueño Francisco Matos Paoli, Juan Ramón Jiménez y Gabriel García Márquez. Terminemos este breve recorrido con una frase algo irónica del Nobel colombiano, que puede ser una descripción muy personal, pero quizás cierta, de la Navidad actual: “Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones”. Quizás una buena explicación del porqué de la depresión navideña.