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Pandemias y epidemiología:

Apuntes a propósito de la pandemia de COVID-19

La población mundial se ha visto afectada desde finales de 2019 por la pandemia de COVID-19. Ante su rápida expansión y la falta de alternativas de solución, se han tenido que tomar medidas radicales para proteger a las distintas poblaciones. Además, se investiga mucho para lograr buenas opciones de tratamiento y formas preventivas eficientes como las vacunas. Anteriormente ha habido grandes pandemias –en contextos diferentes y en otros momentos históricos–, por lo que es oportuno hacer un repaso de varias de sus características y de algunos aspectos epidemiológicos.


Especial para Galenus

Especial para Galenus
Marco Villanueva-Meyer, MD

Pandemias a lo largo de los siglos

Desde tiempos inmemoriales hay información sobre enfermedades infecciosas que han afectado a grandes grupos poblacionales (epidemias) y en algunos casos a la población de todo el planeta (pandemias).

Ya en el papiro de Ebers que data de unos 2,000 a.C., se mencionaron unas enfermedades que asolaban a la población que vivía en las márgenes del río Nilo con unas “fiebres pestilentes”, lo que probablemente era una epidemia de malaria.

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Los millones de muertes por la peste

Al final del Imperio Romano y en la Edad Media hubo grandes epidemias de la peste que diezmaron a la población, en especial en Europa y en Asia. Se estima que durante la “peste negra” del siglo XIV murieron cerca de 200 millones de personas.

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En épocas más cercanas, en el siglo XX, hubo dos grandes pandemias. Una fue la de influenza de 1918, la pandemia viral más agresiva y letal conocida. Se estima que esta pandemia de influenza de 1918 o “gripe española” (virus A, subtipo H1N1) cobró la vida de unos 50 millones de personas (las cifras estimadas fluctúan de 20 millones a 100 millones). ​Lo dramático de ese virus fue su alta mortalidad e infectividad y porque –a diferencia de otras pandemias– afectó a los jóvenes y a los adultos sanos (la gran mayoría de los muertos tenía menos de 65 años). El virus producía un daño pulmonar rápido y severo, con neumonía e inflamación pulmonar a partir de los 4 días de la infección. La mayoría de las muertes ocurrió por neumonía bacteriana secundaria, muchas veces con hemorragias masivas y edema pulmonar. Se calcula que más de una quinta parte de la población mundial fue infectada. La actividad letal de la influenza de 1918 redujo en 12 años la expectativa de vida promedio en los Estados Unidos.

La otra gran pandemia del siglo pasado fue la del virus de inmunodeficiencia humano (VIH) que causa el SIDA y que desde la década de 1980 ha venido cobrando las vidas de varios millones de personas en todo el mundo. Para esta enfermedad se vienen utilizando con éxito, en la actualidad, algunos medicamentos antivirales.

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Lecciones del pasado

Conocer las pandemias previas siempre es útil para la comunidad médica mundial, para así poder estar mejor preparados para futuros episodios.

Surge también la pregunta acerca de si en los tiempos modernos podría ocurrir una pandemia como la de 1918. Algunos expertos creen que sí. Sin embargo, debemos considerar que la realidad médica y social es diferente. En 1918, hubo elementos desfavorables como la Guerra Mundial que llevó a la movilización de tropas y poblaciones en condiciones de hacinamiento y que afectó los servicios de salud. Tampoco había adelantos tecnológicos como pruebas de diagnóstico, vacunas, medicamentos, antibióticos y antivirales, ni sistemas de salud o de comunicación como hoy en día.

La conectividad mundial es crítica para la expansión de una enfermedad. Un buen ejemplo es la pandemia de 1889-1890, ya que en esa época había más de 200,000 km de vías férreas en Europa y los viajes transatlánticos tomaban menos de 6 días. Así, el 1 de diciembre el virus estaba en San Petersburgo, el 22 de diciembre en Alemania y el 12 de enero ya había llegado a los Estados Unidos. El rápido avance de la pandemia de 1889 demostró que el viaje por tierra o mar, si bien lento comparado con el actual, fue suficiente para una veloz expansión del virus en Europa y en los Estados Unidos.
Por otro lado, quedan aún muchos problemas por solucionar. En 1918, la población mundial era de 1.8 mil millones de personas; hoy la población se acerca a los 8 mil millones de personas. Una buena opción de defensa son las vacunas, las que en el caso de la influenza tienen una efectividad moderada y una limitación importante que es su tiempo de preparación (26 semanas en 2009).

Desinformación y teorías de conspiración

Las pandemias siempre han estado acompañadas de rumores y teorías conspirativas. Estas suelen surgir al inicio de las pandemias, cuando se conoce poco sobre su origen y propagación. Para una parte de la población es más cómodo creer en una teoría de conspiración que reconocer una verdad desagradable o que hay algo que no se conoce bien. Por eso, en casi todas las pandemias o en situaciones de crisis han surgido teorías sin fundamentos válidos, las que, sin embargo, han llegado a tener bastante difusión y aceptación entre la población.

Muchas veces, ante la incertidumbre y la sensación de amenaza han surgido esas invenciones para hallar a los “responsables” que manejan todo en forma oculta o “secreta” y que consideran por lo general como culpables a personas o grupos que hayan estado mal vistos o en posiciones de poder.

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Otro elemento es el negacionismo o la difusión de creencias de que una pandemia no existe o que no tiene gravedad y que hay elementos e intereses ocultos atrás de ella. Así, se ha llegado a confrontaciones poniendo en duda algunos elementos o expresando con seguridad casi absoluta que el causante es un elemento artificial o de laboratorio, o las radiaciones electromagnéticas, los radares o las antenas. Además, se han visto manifestaciones contra las medidas de protección y contra las probables vacunas, muchas con la presencia de cantantes o inclusive líderes religiosos o políticos.

Así, por ejemplo, en la actual pandemia del COVID-19 han surgido argumentos geopolíticos aduciendo las intenciones de algunas potencias para lograr una supremacía a través de una guerra biológica, razones tecnológicas como imponer las comunicaciones con tecnología 5G o para llevar a la población al trabajo a distancia o buscar colocar un microchip en las personas al ponerles alguna vacuna en desarrollo.

Ahora, con los avances en la tecnología y la gran expansión de las redes sociales, cualquiera puede difundir rápido algo falso o una fantasía, y basta con que lo ponga en internet para que algo sin evidencia se vuelva una “media verdad”. Hay cientos de espacios con teorías e historias sin fundamento en las redes sociales. Como contraparte a toda la cantidad abrumadora de información falsa (fake news), solo están el sentido común, así como la difusión y la búsqueda del conocimiento respaldado por evidencias, por los expertos y por las instituciones o autoridades competentes.

La desinformación también puede ser grande con relación a aspectos de la prevención, de la magnitud de la pandemia, de su origen y de las opciones de diagnóstico y tratamiento (incluyendo curas “milagrosas” o tratamientos con sustancias que pueden ser muy dañinas).

Por todo ello, inclusive la misma Organización Mundial de la Salud (OMS/WHO) que ahora tiene centros de coordinación en Estados Unidos, Europa, Reino Unido, Australia, Japón y China, ha creado en su sitio web un espacio para contrarrestar los rumores sobre temas falsos o sobre “sustancias curativas” que más hacen daño que bien. Esta estrategia de difusión y comunicación de la OMS, de las autoridades sanitarias y de los medios de comunicación, para destapar a aclarar noticias falsas, muestra que se ha aprendido algo de las lecciones del pasado. Sin embargo, aún queda mucho por hacer.

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Evolución de la epidemiología

En las últimas décadas la epidemiología ha evolucionado mucho, ayudando a aclarar, a prevenir y a solucionar las pandemias. De la mera descripción y uso de estadísticas sobre algunas enfermedades ha pasado a explicar las mismas dentro del contexto de las poblaciones.

Se trata de una especialidad que ha ido ganando presencia, describiendo la ocurrencia de las condiciones de salud, buscando explicar sus causas y predecir su frecuencia para prolongar la vida mediante el control de las enfermedades.

Desarrollo de indicadores epidemiológicos

La importancia del valor R0: desde la década de 1950, se utiliza el número de reproducción (R0) para describir el potencial de transmisión de enfermedades. Es el valor medio de personas infectadas por un solo individuo infectado que llega a una población completamente susceptible. El valor R0 puede variar mucho de ciudad en ciudad y de acuerdo a factores sociales y geográficos.

Cuando el R0 es menor de 1, la enfermedad va a desaparecer de la población porque en promedio una persona infectada va a contagiar a menos de una persona susceptible. Pero cuando es mayor a 1, la enfermedad se va a diseminar. Por eso, cuando las autoridades sanitarias tratan de eliminar un brote, buscan la forma de tener un R0 inferior a 1. En algunas enfermedades con un R0 alto esto resulta muy complicado, como con el sarampión, más aún en lugares muy poblados.

La tasa de letalidad (TL o CFR –Case Fatality Rate–): la TL es la proporción de personas que mueren por una enfermedad entre los afectados en un periodo y área definidos. Este es un indicativo de la gravedad de la enfermedad.

Superpropagadores: en base a las observaciones epidemiológicas se ha podido determinar que hay algunas personas infectadas –los suprepropagadores– que pueden contagiar a decenas de individuos.

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Intervalos entre pandemias: los intervalos entre pandemias han fluctuado entre 8 años (de 1781 a 1789) y 42 años (entre 1847 y 1889, y entre 1968 y 2009). Estos periodos destacan la necesidad de estar preparados y de entender que el peligro puede crecer año tras año, aumentando la necesidad de desarrollar estudios para mitigar los daños y de estar preparados para escenarios de distanciamiento social, entre otros.
Ciclos, olas u ondas de las epidemias: las ondas u olas de una pandemia también se deben tomar en cuenta. Como ejemplos, se dice que la pandemia de 1918 tuvo 3 o 4 olas y que la segunda fue la más devastadora, o que la pandemia de 1889 duró de octubre a diciembre, con recurrencias de marzo a junio de 1891, de noviembre a junio de 1892 y en invierno de 1893-1894 e inicios de 1895.

Se ha determinado que para hacer cálculos de forma epidemiológicamente útil se requieren modelos que consideren el tiempo, el número de personas y las personas expuestas, entre otros factores importantes.

Comentario

A poco más de 100 años de la gran epidemia de 1918 se dispone hoy de muchos avances. Sin embargo, aún queda mucho por investigarse y descubrirse, en especial por la actual pandemia de COVID-19 que en su primer año habrá cobrado más de 1 millón de vidas. Por otro lado, y a pesar del avance de la ciencia, no se ha podido frenar del todo la desinformación que surge en momentos de incertidumbre y caos. Sin embargo, la lucha contra una pandemia tendrá más éxito usando el sentido común, la investigación, la higiene y la atención médica seria. A esto se suma la importancia de una educación y difusión óptimas respecto a las mejores medidas para la población.

Referencias

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