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Rolf Maximilian Sievert: Cada día más actual

Félix J. Fojo, MD

Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
ffojo@homeorthopedics.com

Hiroshima, Nagasaki, desierto de Nevada, Atolón de Bikini, Palomares, Atolón de Mururoa, polígonos de Siberia, Three Miles Island, Chernobil, Corea del Norte, Fukushima son nombres que, al escucharlos, invariablemente nos dejan cierto desasosiego e incertidumbre frente al futuro. Son el reflejo en nuestras mentes del temor humano a algo tan misterioso, inasible y potencialmente destructivo como la radiación nuclear.

Pero mucho antes de que estallara la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima (1945), que abrió los ojos a la humanidad sobre semejante amenaza de destrucción y sufrimiento prolongado, unos pocos científicos, sobre todo los físicos, como Einstein, Maria Curie, Niels Bohr y unos cuantos más, intuían que el genio saldría inevitablemente de la botella y que era necesario prepararse para convivir en el futuro con el átomo y las inmensas fuerzas, positivas y negativas, que este podía liberar.

Y por supuesto, los médicos que buscaban en las radiaciones nucleares beneficios para sus pacientes, sobre todo los aquejados de cáncer, no estuvieron al margen de estas preocupaciones y prevenciones.

Rolf Sievert (1896-1966)

Rolf Sievert (1896-1966)

En 1924, el físico médico sueco Rolf Maximilian Sievert (1896-1966) se interesó por las posibilidades, aún muy poco estudiadas, de la radiación ionizante en el tratamiento de las neoplasias. En poco tiempo, con 28 años de edad, llegó a la jefatura del laboratorio de física del Radiumhemmet, donde se convirtió en una autoridad en la materia. Pronto, hizo dos observaciones que hoy nos parecen evidentes, pero que en aquel tiempo pasaban inadvertidas: Las dosis bajas de radiación son muy peligrosas para la salud humana si se repiten en el tiempo. La cantidad de radiación recibida por un ser vivo tiene que ser medida en forma clara y exacta, de manera que permita efectuar pronósticos y eventualmente, instaurar tratamientos.

El Instituto Karolinska le ofrece, en 1937, la jefatura de su Departamento de Radiología Física y en 1941 es nombrado profesor principal de la Universidad. Sievert despliega una inaudita actividad docente, investigativa y aglutinadora a nivel internacional, incluso durante los años oscuros de la Segunda Guerra Mundial y después, ya en plena Guerra Fría. Fallece, prematuramente, en 1966.

Cuando hoy vemos, 45 años después de su desaparición física, cómo los héroes que luchan contra los escapes radiactivos en la destruida planta atómica de Fukushima son retirados del frente, de acuerdo con la cantidad de números Sievert recibidos, su figura y sus advertencias se agigantan.