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Temas de Interés / Torre de Marfil

Una historia navideña:

La Madonna de Stalingrado

Félix J. Fojo, MD

Félix J. Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana
ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

La artillería tronaba y hacía retemblar la tierra aquella oscura noche de Navidad de 1942. El oficial Kurt Reuber, jefe médico de la 16a División Panzer, cercada en Stalingrado por las fuerzas rusas, pudo haberse salvado del trágico final de aquellas decenas de miles de hombres, pues estaba de permiso en Alemania justo al momento de cerrarse el cerco sobre el ejército del mariscal von Paulus en el invierno de 1942.

Pero hombre bueno y médico antes que todo en una época de horror, decidió que su lugar estaba donde estaban sus pacientes, los millares de heridos, congelados y enfermos de tifus que yacían entre las ruinas de la una vez floreciente ciudad del Volga. Había vuelto al infierno en el último momento por decisión propia, y no para matar, sino para aliviar en lo posible, más con una palabra de aliento que otra cosa, a los que ya estaban en el camino de la rendición y la muerte.

Como las continuas explosiones hacían imposible aquella noche visitar las trincheras de avanzada, el oficial Reuber tomó un mapa arrebatado a los rusos y en el reverso dibujó con carbón una Madonna doliente abrigando a un recién nacido en sus brazos, y escribió alrededor de ella: “1942, Navidad en el cerco, Fortaleza Stalingrado, Luz, Vida, Amor”, y clavó el papel sobre una madera en la pared del refugio. Y se hizo el milagro.

Nadie sabe la razón, pero el fuego artillero fue disminuyendo poco a poco –quizás los artilleros rusos también le rezaban a la Virgen esa noche– y cientos de soldados alemanes cercados pudieron salir de sus trincheras y arrastrarse hasta el semiderruido edificio donde estaba la Madonna con el niño que había pintado Reuber, rezar una oración, derramar una lágrima y pedir un nuevo milagro que esta vez no se cumpliría.

20-9.jpg Hacia el amanecer, después de tres o cuatro horas de silencio, roto solo por una armónica que, tocada por un soldado, dejaba oír las notas de “Noche de Paz”, una lluvia de obuses de todos los calibres hizo estremecer el martirizado suelo esparciendo piedras, cascotes, polvo y cuerpos desmembrados en todas direcciones.

Reuber pudo, ya en los primeros días de enero de 1943, enviar la Madonna y una carta de despedida a su mujer y sus hijos con el último oficial herido que pudo abandonar el cerco en un avión. El 20 de enero de 1944, un año después, el Dr. Kurt Reuber murió de fiebre tifoidea y de hambre en el campo de prisioneros ruso de Jelabuga. Tenía 37 años de edad.

La Madonna, preservada tras un cristal, es venerada hoy en la iglesia Gedächtniskirche de Berlín. Se ha vuelto una costumbre berlinesa que los que piden por la paz y el amor entre los seres humanos de todas las nacionalidades acudan a rezarle una oración, sobre todo en Navidad.